Ser optimista


Es difícil ser optimista, pero lo intento. De hecho, he llegado a la conclusión de que es, precisamente de eso, de lo que bebe el optimismo: de la voluntad. Las “ganas de”, que te llevan al esfuerzo por obtener algo que anhelas, quieres o necesitas, aunque en general sea una mezcla de las tres cosas. Disfrutar del recorrido, sin volcar tus expectativas en el destino final. Me explico…

Siempre pensé que de los errores y fracasos se debía aprender para no volver a caer en ellos. Y aunque estaba en lo cierto, el proceso que me llevaba a dicho aprendizaje era equivocado.

Centrada en los razonamientos, a menudo olvidaba los detalles que me habían llevado a tomar algunas elecciones. ¿Un ejemplo? Rodeada de fracasos sentimentales, poco productivos en su resolución, me hallé a mí misma pensando que, quizás, no me merecían. Que yo en el fondo no quería ese amor parcial que en tantas ocasiones había encontrado. Quizás fuera cierto. Sin embargo, cuando digo que obviaba los detalles, lo hago porque en todas esas elecciones, antes de saber la resolución final, olvidé qué me había llevado ahí: el amor. 

Más allá de qué hice bien o mal, de si encontré lo que andaba buscando y qué obtuve tras todo ello, había olvidado que en el proceso solo quedaba alguien enamorada de otra persona, y creo que de eso se trata. Sin soluciones que ayuden a digerir un desamor, que justifiquen un proceso doloroso, considero que ser optimista no va ligado a pensar en que todo saldrá bien, sino en darte la oportunidad de que, eso, finalmente ocurra. 

Las excusas existen con el único propósito de protegernos ante situaciones en las que podemos correr el riesgo de salir dañados pero si no dejas que ocurra, si te cubres de un manto lleno de “ya pero es que…”, puede que destruyas la ocasión de tener ese final feliz. 

Pero ser optimista, va más allá y trata de poner en valor todo lo ocurrido en el transcurso dejando fuera si el resultado fue verte a ti misma en una puesta de sol con el príncipe soñado, más bien, dando cuenta del momento en el que se convirtió la rana en príncipe y en cómo deseas volver a revivir ese momento, quizás, esta vez, con un príncipe de verdad. 

Y sí, algunos príncipes pueden dejar mal sabor de boca (bien es sabido que las charcas no gozan de buena fama en lo que salubridad se refiere), y puede que incluso, después del beso, el príncipe no fuera como esperabas y le falte un diente, pero será aquel al que escogiste, al margen de si finalmente él decidió mandar al cuerno a la madrastra del cuento, porque ser optimista es pensar que tras el “…y fueron felices y comieron perdices”, quedaron muchos estómagos llenos.

Y es que como dice Rosana: "Mejor vivir sin miedo"

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