A falta de unas horas para la llegada de los 30, siento que
el temido abismo que –me temo- no tendré más remedio que afrontar, está más
cerca a cada hora que pasa y solo puedo pensar en qué haré con todo ese tiempo
en el que nunca más podré decir que tengo venti…
Llega la temida crisis de los 30 y la encaro habiendo ya experimentado lo que es verse rodeada de amigxs y conocidxs casadxs y/o con hijos. Algo que sigo sin querer pero que empieza, poco o a poco, a incomodarme, debido al lento ritmo que avanza mi propio proyecto vital. Y es en ese momento cuando mi cinismo viene a rescatarme y me recuerda una de las pocas cosas que la crisis económica trajo a los de mi generación: la democratización de la casi nula posibilidad de independizarse, pues los pocos que conozco que lo han logrado, sin tener que recurrir a compartir piso (incluso si es con su pareja), lo ha hecho haciendo uso de segundo domicilio de sus progenitores. Eso no me consuela pero me tranquiliza. “Hay margen”, me digo.
Pero hay cambios que no tenemos más remedio que afrontar y el de número es solo uno más a una larga lista, que me fue dada aquel 28 de julio de 1989. Seguramente el drama será menos drama cuando, un año más, la suma no reste ni añada nada nuevo. No, ahora. Sin embargo, es esa incertidumbre lo que me perturba.
Llega la temida crisis de los 30 y la encaro habiendo ya experimentado lo que es verse rodeada de amigxs y conocidxs casadxs y/o con hijos. Algo que sigo sin querer pero que empieza, poco o a poco, a incomodarme, debido al lento ritmo que avanza mi propio proyecto vital. Y es en ese momento cuando mi cinismo viene a rescatarme y me recuerda una de las pocas cosas que la crisis económica trajo a los de mi generación: la democratización de la casi nula posibilidad de independizarse, pues los pocos que conozco que lo han logrado, sin tener que recurrir a compartir piso (incluso si es con su pareja), lo ha hecho haciendo uso de segundo domicilio de sus progenitores. Eso no me consuela pero me tranquiliza. “Hay margen”, me digo.
Pero la realidad, la mía, viene a golpear mi puerta de nuevo
y es que entraré en los 30 con un billete asegurado en las filas del paro, sin
prestaciones de ningún tipo, porque bien es sabido que los autónomos vivimos de
ilusión, como decía aquel anuncio de la ONCE, que estoy segura que pensó algún
compañerx de otro sector que, como el mío, lleva años en la decadencia. “No
importa. Sobreviviré o reinventaré”, me repito.
Trato de recordar cómo fue mi entrada a los 20. Creo que
también entré en una especie de pánico, señal de lo poco que me gustan los
cambios. “Debes que salir de tu zona de confort”, me comentan. Y yo no debo
nada a nadie. Me gusta mi parcelita de comodidad, independientemente de si eso
me convierte en una conformista. “¡Pues no te quejes!”, me grita mi conciencia.
“Pues deja de mentir y repetir que todo esfuerzo tiene su recompensa”, le replico.
Y sí, no es verdad que eso de que todo el mundo que persigue
su sueño, al final, lo logra. Y no es un pensamiento pesimista, al contrario. Creo
que es importante aceptar la realidad como es, para poder disfrutarla de verdad,
sin resentimientos ni lamentos por ‘lo que no fue’. No todos los que se esfuerzan
llegan a ser el número uno, como tampoco es cierto que vayan a ser más felices que aquellos que se quedan en la cuarta posición porque es en la que se sienten cómodos, tal y
como expuso tan magistralmente Odin Dupeyron en una entrevista.
Pero hay cambios que no tenemos más remedio que afrontar y el de número es solo uno más a una larga lista, que me fue dada aquel 28 de julio de 1989. Seguramente el drama será menos drama cuando, un año más, la suma no reste ni añada nada nuevo. No, ahora. Sin embargo, es esa incertidumbre lo que me perturba.
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