Cuestión de orgullo

Hace casi dos años que no escribía y me pesan las palabras...

Me gustaría poder narrar mil y una aventuras pero lo único que he hecho en éste tiempo ha sido sobrevivir, y hasta eso me suena a excusa. Pero más allá de querer ahondar en una etapa de oscurantismo y decepción con la vida, la vida real, mi vida actual -que, de seguro lo haré, algún día, pronto espero, como síntoma de avance de un proceso complicado- hoy tengo una misión que no se bien cómo empezar. Tal vez porque nace más de una necesidad que de un 'querer': liberarme de algunos complejos.

Cuando terminé la carrera lo hice llena de proyectos y casi ninguna esperanza, o eso creía. Me mantenía en la idea de 'estar preparada para el golpe', al fin y al cabo había estado codo con codo con la misma información que hacía añicos mis planes: la crisis.

Conocía cual era la realidad. La había retratado, contabilizado y deformado hasta dulcificarla en mil titulares diferentes, siempre bajos distintos estandartes. Conocía los datos, algunos casos, siempre los más dramáticos y los más solidarios pero, en realidad, no sabía nada. La vida volvía a superar a la ficción, la misma ficción que yo había contribuido a crear meses antes, a través de un trabajo que, no obstante, me hacía realmente feliz. Y tras tres meses de bagaje emocional, 'una oportunidad sentenció mi camino', por lo que ya son cinco meses de trabajo.

Porque sí, soy de esas personas a las que llaman 'afortunadas' por tener uno. Una de aquellas que, dicen, deben sentirse 'agradecidas'... y frases del tipo "mejor eso, que estar parada" empezaron a llenar algunas bocas de mi entorno. Lo cierto es que esperaba mucho ese tipo de 'engaños'. El lado optimista de mi tragedia profesional, sin embargo, me topé con dos comentarios que no solo no ayudaban a cubrir las heridas de mi orgullo sino que las rasgaban como nunca, jamás, nadie lo hizo.

Sin ningún atisbo de maldad por quienes las soltaron, sin pensar, de sus labios se desprendieron los mismos pensamientos que, noche tras noche, me mantenían en vela: "Cinco años de carrera para acabar siendo cajera" o "yo pensaba que tú lo conseguirías...". Si, yo también.


Soy cajera de Carrefour. Una sencilla frase que me ha costado soltar tras tres párrafos y demasiadas justificaciones. "No, es temporal"; "No, es por dinero"; y "Sí, al menos tengo trabajo" son solo algunas de las excusas que han servido de parapeto para el profundo linchamiento que ha sufrido mi alta consideración, mi orgullo, mis miedos hechos realidad: el fracaso en forma de uniforme azul y jornada partida.

Yo, quien había colmado sus expectativas en la élite periodística, la misma que había trabajado en un nivel profesional para el que se había estado preparando y que había alardeado de sus triunfos exclusivistas a golpe de acreditación, ahora, vestía un polo azul con una leyenda a su espalda que decía: "A tu servicio". Y así me sentí durante meses, arrodillada al final de una extensa cadena que me dejaba encerrada en demasiados 'los sientos' y 'gracias' y, entonces, cuando mi orgullo fue desterrado, saqué la cabeza de mi propio ombligo y bebí de la realidad.

Yo no era humilde. Ser cajera era un trabajo muy digno que desempeñaban otros, no yo. Yo valía más pero más que ¿quién? Las mismas que me mostraron que un 'perdón' no era signo de debilidad sino de astucia. Las mismas que noche tras noche permanecieron a mi lado y que, cargadas de sacos de infinita paciencia, me salvaron de mis errores de principiante. Sin juicios ni recompensas. Fue en ese momento cuando comencé a digerir esa realidad.

Me di cuenta de la burbuja que había creado hasta entonces, de la importancia de esas personas que permanecen transparentes a nuestros problemas cotidianos, aquellos que no nos permiten ver que si obtenemos lo que necesitamos es porque alguien nos los sirve. Y lo hace escuchando nuestros ruegos y preguntas, quejas y sugerencias... siempre, bajo una sonrisa pintada de comprensión. 

Noté que mi perspectiva cambiaba y me vi compadeciendo el mal humor de quienes se quedan hasta las once para el cierre o agradeciendo la sonrisa de quien da los buenos días a las nueve de la mañana. El mundo ya no era lo que había sido. Ahora un anuncio de McDonald's anunciando su 24 horas no era un lugar más donde acudir tras una fiesta y se transformaba en compasión por quienes debían aguantar a los cuatro borrachos de turno y en cómo una silla cobraba importancia al llegar una mujer que trabajaba de cajera en Mercadona o Consum. "¡Qué afortunada soy por tener un lugar en el que poder reposar!", pensaba con algo de sarcasmo... y lo era. 

Poco a poco ese pequeño habitáculo pasó de ser 'la caja de cobro' a 'mi caja' y ¡pobre de aquel que llegara para desordenarme los papeles! Descubrí detalles como los primeros y últimos de mes, gané en paciencia ante las egoístas reacciones de los ignorantes clientes y asistí a la humildad de unos siendo pagada con desprecio por el 'tiempo de espera' de otros. Vi la soledad de algunos mayores ávidos por un poco de conversación, la vergüenza por quienes compran preservativos que no distingue edades y la dignidad de los humildes quienes siempre supieron agradecer una despedida repetitiva que, sin embargo, llenaba su propio vacío al no discriminar ente billete de 500 euros y un vaso de plástico lleno de monedas. Nunca un "gracias y hasta pronto" supo tan bien. 

El dinero perdía su valor monetario para trascender en algo más. Los billetes de una pensión pasaba a manos de una pareja joven con dos niños a través de quienes yo había menospreciado meses antes. Con la misma inconsciencia con la que había sorprendido a una mujer tras verme mantener una conversación en con un turista-cliente inglés. Yo estaba, en principio, por debajo de la media para esa señora, sin embargo, ahora creo que estoy muy por encima de esa media.

Mi orgullo no ha vuelto, aún está de vacaciones pero de vez en cuando me visita al verme resolver problemas, al facilitarle a algún cliente la comprensión de unas instrucciones, a los sinceros agradecimientos de quienes no hablan español al ser entendidos, al ayudar a quiénes como yo, comienzan en éste difícil mundo detrás de una caja de cobro.

Mi orgullo aún no regresa, digo, pero cuando lo hace, esta vez, me sonríe sin quejas.

Comentarios

Emm ha dicho que…
Estoy totalmente alucinada! Olé y olé! Me encanta!
Eres un tesoro que sólo saben ver unos pocos y yo soy afortunada de tenerte! Guapa!!
Jose Beteta ha dicho que…
Me encanta!!!