Un cuento para no dormir

Crecí construyendome unas ideas a las que llamé valores, que dictaban mi forma de actuar y pensar en determinadas situaciones, casi siempre relacionadas con las relaciones personales en general. Unos ideales que se fueron moldeando en la medida en que iba acumulando experiencias de vida y adquiriendo cierta madurez.

No es que fueran normas impuestas, sino más bien preceptos que fui asumiendo y que, debido a mi propia forma de pensar, jamás pensé romper. Pese a ello, el paso del tiempo y mi manera de actuar frente a esos supuestos, una vez se transformaron en realidad, hicieron que en algunos casos los moldeara,  mientras que en otros, simplemente los eliminé, fruto de la contradicción que suponían, generando en mi sentimientos de confusión y desolación, pues eran ideas que siempre me habían acompañado.

Sin embargo, terminé por asumir que algunos de esos valores habían desaparecido por ser demasiado fantásticos o idealistas y, otros, como consecuencia del paso natural de la vida y de las lecciones aprendidas. Pasar por ciertas experiencias e imaginar cómo actuarías en determinadas situaciones son cosas tan distintas como aconsejar y ser aconsejada. Te pone en un punto de vista demasiado diferente como para poder ser del todo coherente. Lo entendí.

Dicho esto, tras años de romper y rehacer teorías, solo dos ideas se mantuvieron como definitorias de mi personalidad. Aquellas de las que me sentía orgullosa, que representaban mis principios y las únicas que logré mantener tras 23 años de vida.

Pero una noche, ambas, mis 'increbrantables', se marcharon botella en mano mientras cantaban "bye, bye, mi picolisima dama". Sí, a lo David Civera, ejemplo de la profunda borrachera que llevaban por traje.


Las normas, dicen, están para romperlas. Pero no para mi, no aquellas y no sólo lo he hecho sino que me he sentido satisfecha tras hacerlo. Le he pegado una 'patadita' a mi mundo de cristal inmaculado y he bailado sobre los cristales rotos hasta convertirlos en virutas cristalinas que usado como confeti de una fiesta que, yo, no empecé.

Sí, las metáforas han vuelto y, esta vez, debido a la necesidad de anonimato de esta historia pero, primero, las presentaciones

A 'Decencia' y 'Lealtad' las conocí en plena adolescencia y aunque casi siempre iban de la mano, Decencia era la más distraída de las dos. Tan voluble que, a veces, salía de casa disfrazada de 'circunstacias', hecho que le permitía hacer ciertas concesiones. Lealtad, en cambio, era firme en convicciones y vistió, en más de una ocasión, de juez para condenar a 'Traición'. Sin embargo, Lealtad jamás fue dura en sus sentencias, a sabiendas de las juergas de Decencia y aunque no era amiga de 'Olvido', sí de 'Perdón'.

Decencia y Lealtad eran compañeras de piso junto a 'Responsabilidad', intermitente en sus visitas debido a sus viajes y, ambas, mantenían un romance idílico con 'Respeto', de escasa belleza pero de gran atractivo. Sin embargo, Respeto jugaba en dos ligas diferentes dependiendo de si era Decencia o Lealtad la que le animaba.

Una noche, Respeto tuvo partido fuera de casa y Decencia y Lealtad salieron a reunirse con viejas amigas. Congregadas bajo el amparo de la luna, Decencia, Lealtad saludaron a 'Envidia' e 'Inconsciencia' y juntas brindaron, a varios grados sobre cero, por 'Certeza'.


Y el recuerdo de Certeza, quien siempre se ha distinguido por su neutralidad en asuntos nocturnos, trajo consigo a Traición mientras Decencia iba por su cuarto cubata y a Lealtad la distraía Envidia'con sus cuentos con 'Sana'.

Con los primeros rayos de luz, a Decencia le dolía la cabeza y a Lealtad la despertó la 'Razón' pero era tarde. Ambas yacían con 'Resaca' en un banco de un parque mientras les venían a recoger sus respectivas hermanas, 'Sinceridad' y 'Honestidad' pero ni rastro de 'Arrepentimiento', casi siempre ausente...

Cuando volvieron a casa Respeto les había preparado un buen discurso pero sólo quedó Honestidad, la más cruel de las dos, consolando a Lealtad, justificando a Traición y anunciando la llegada de 'Mentira'.

Comentarios