Son - risas y lágrimas


Todos los veranos siguientes desde que comencé mi personal aventura en el mundo erótico-festivo ha habido un ingrediente que nunca ha faltado, comúnmente reconocido y apodado -entre las féminas de mi grupo- como "el pastel", por un motivo que más adelante contaré.

Hombre de pocas palabras pregonaba sus triunfos entre los amigos. Victorias concedidas por sus extensas dotes de seducción y sus mágicas manos. He de decir que era lo que se conoce como un cabrón en toda regla, pero nuestros encuentros hubo de todo menos hostilidad.

Quizás su encanto no residía tanto en una belleza aparente, ni en unas habilidades prodigiosas, ni tan si quiera por un especial carácter. Simple y llanamente sabía sacar partido de ciertas situaciones y jugar sus cartas.

Yo, por aquella época, me encontraba distraída en el "nuevo mundo", un mundo desconocido que me llamaba a gritos y me hacía adoptar un comportamiento quizás algo salvaje. Saciaba mi sed cada noche a base de encuentros instantáneos a la par de momentáneos hasta que me topaba con él.

Uno de nuestros numerosos encuentros estuvo marcado por la oportunidad. Una noche cualquiera de verano mientras salía de la ducha me llamó. Y lo había estado deseando desde hacía tanto que ni me lo pensé y acepté vernos. En mi vida había tardado menos en arreglarme. En 15 minutos ya estaba saliendo por la puerta y eso resultaba todo un récord para mi. Ultimaba los detalles de mi escaso atuendo mientras me comían las ganas de verlo.

Cuando le vi, entendí aquello de que los imanes que se atraen, solo que en este caso no eran tan opuestos. Un saludo y una conversación carente de significado hasta la playa nos llevo a escoger un lugar poco apropiado para los menesteres que teníamos en mente. Él buscaba en la noche un lugar oscuro que ocultara nuestras intenciones.

Finalmente su búsqueda no dio frutos y nos contentamos con un lugar apartado en frente de un restaurante. Era probable que nos vieran y aquello atraía más adrenalina a una situación, ya de por si, excitante.

Decir que nos comimos a besos sería decir poco para lo que ocurrió durante los 15 minutos que permanecimos allí. Pero mi intención no es airear demasiado mis intimidades no vaya a ser que se constipen, así que iré al grano: resultó que, en el momento culmine, me encontré con que "la fiesta había acabado". Es decir, que o le ponía demasiado o tenia un serio problema de eyaculación precoz.

Una preparada y más que dispuesta a mostrar sus dotes imaginativas y él tío con apenas un roce ya había "montado, servido y recogido el pastel". Menudo papelón, aunque a mi aquella situación me beneficiaba solo a corto plazo. Por mi parte, no pude más que echarme a reír. 

Primero opté por pensar que aquella situación había sido demasiado incluso para mí, y que a él le había desbordado en todos los sentidos posibles. Pero tras varias comprobaciones tuve que enfrentarme a la idea de que aquello era más habitual de lo que parecía. 

Al final todo fue desesperadamente previsible y a pesar de todo tiene un magnetismo que me enloquece y hasta que llegue el momento de la verdad me conformo con breves momentos que llenan mis noches de verano.

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