Un paseo para olvidar


Siguiendo con la temática cinematográfica de esta sección, el paseo que viví con el 'chico del metro' no fue precisamente "Un paseo para recordar". Y es que, aunque prometía, pues mi encuentro con él no había sido buscado, lo que añadía a la situación un aire de "predestinación" y me inspiraba -como poco- curiosidad, la cosa no fue como esperaba.


Tras varias llamadas que aludían a una larga desesperación, o cómo mínimo a un interés desmesurado, accedí a quedar por mi barrio. Cerca de un bingo. Y para allá que me fui con muchas dudas y pocas expectativas, pero con ganas de pasármelo bien.

Esperé, esperé y esperé hasta que me harté. Y justo cuando me disponía a irme, apareció girando una esquina un chico sudoroso, con la cara colorada y un poco diferente a como le recordaba. Nos dimos dos besos y nos fuimos paseando a un parque.

Era gracioso. Fue gracioso al menos los primeros 30 minutos. Después se volvió pesado y agobiante. Toda mi curiosidad quedó saciada al presenciar como aquel tipo al que podríamos definir como "simpático", me presionaba para invitarme a un helado. Esto era demasiado para asimilar en un día. Me sentí como forzada a comer, él pensaría que quedaría genial si me invitaba a tomar algo, y yo sólo pensaba en que las únicas ganas que me quedaban eran de vomitar.

Al final se dió por vencido tras conseguir agenciarme un helado de los más pequeños. Sin embargo él no paraba de insistir en que debería de haber escogido uno mas grande y alguna otra cosa más. Yo, por mi parte, me consolé pensando que lo hacía porque me veía demasiado delgada.

Seguimos caminando y la cosa no iba a mejor. Notaba la presión de la situación sobre mi cabeza. Él parecía encantado y ya planeaba la forma de abordarme, por lo que rauda y veloz tomé la iniciativa de dirigir el paseo -disimuladamente- hacia mi casa. Verdaderamente el tipo se lo estaba pasando bomba. Me recordaba a la niñez de mis amigos cuando se intentaban mostrar cariño mediante unos fuertes golpes en la espalda y unos empujones. Más de una vez creí comerme la pared junto a la que caminábamos. Fue verdaderamente horrible. Por suerte alcanzamos mi casa antes de que yo acabase con alguna costilla rota de tanto "meneo", y me despedí con la promesa de volver a quedar.

Fui ruin, lo sé, pero creerme cuando os digo que con el estomago hinchado por el helado, la espalda destrozada por los embistes, la cabeza casi a punto de estallar por sus 'batallitas' con sus amigos del trabajo... lo último que me apetecía era enfrentarme a él. Y decidí que ya le daría largas más adelante y que él, por si sólo se daría cuenta de lo poco que me gustaba. No lo hizo, desde luego. No sólo no se dio cuenta, ni tan siquiera captó alguna de las indirectas, pero es que ni de las directisimas. Así que acabé pasando del móvil cada vez que sonaba simulando que me lo había cambiado y con la esperanza de que a él se le pasara la pequeña locura desatada hacia mí.

Finalmente se fue a trabajar a Madrid, y no me preguntéis porqué lo sé puesto que en momentos de necesidad algunas comentemos errores que SIEMPRE acabamos por pagar y cuyo comienzo es mucho peor que el final. ¿Recordáis 'el chico del cine'? pues digamos que no quise volver a pasar por ello de nuevo.

Comentarios