Tu a Boston y yo...¡Yo a mi casa! (1ª parte)


¿Habéis visto alguna vez la película: "Tú a Boston y yo a California"? Trata de dos hermanas gemelas que no se conocen por la condición de tener padres separados que tras coincidir en una especie de campamento planean unir de nuevo a sus padres intercambiándose los papeles. Es decir, que solo coinciden durante el campamento - en tiempo cinematográfico de convierte en 15 minutos-, mientras que el resto de la película se la pasan separadas llamándose, y urdiendo bien su estratagema hasta que al final vuelven a reunirse, no sin antes, haberse asegurado un bonito y más que esperado final feliz.

Pues es lo que sentí en un encuentro con otra cita. Obviando el hecho de que el argumento en si gira en torno a dos gemelas, mi esperado encuentro con aquel chico se tradujo a 20 minutos de densa conversación en un McDonals, y con un final que parecía prometedor.

Triste y carente de interés, el tiempo corría mientras mis expectativas desaparecían al mismo ritmo en el que la desesperación de que se lanzase sobre mí aumentaban. Y es posible que se debiera a unos grandes ojos verdes y un cuerpo perfectamente trabajado por su condición de policía en prácticas.

No esperaba un acoso y derribo pero desde luego tampoco esa parsimonia que presentaba. Hice todo lo que se debe de hacer en una primera cita, inspirar seguridad y naturalidad. El peso de la conversación la llevaba yo y en momentos clave producía silencios a la espera de que los transformara en besos. Pero no hubo manera quizás debí hacer caso a las señales...

Habíamos hablado durante un tiempo y había química, aunque por experiencia sabía que una cosa era escribir y otra cosa era hablar cara a cara. Pero ambos parecíamos tener las ideas claras y unas "ganas de marcha" increíbles. Tras varios intentos fallidos de fijar fechas conseguimos coincidir en una, luego en otra y finalmente en una tercera siempre pasadas por agua. Esa era una advertencia que yo me tome muy en serio. Cada vez que intentábamos quedar llovía, y yo persona fielmente creyente en el destino me las tomaba como negativas.

Pasó un año y al fin conseguimos quedar. Tras evitar obstáculos imprevistos porque por momentos podía quedar, primero lo canceló, luego lo volvió a proponer para después volverme a llamar para retrasar la hora. Finalmente nos presenciamos, ambos, en el lugar establecido.

Pero claro no todo iba a ser de "color rosa" y siguiendo en nuestra línea subimos al coche y nos dirigimos al McDonals por iniciativa suya. No se qué pretendía exactamente llevándome a un lugar tan público y tan carente de diversión. Él pidió una coca cola y yo ahogue mis ganas de ser esposada en una botella de agua.

Pasaban los minutos y el tiempo era limitado. Un amigo tenía un problema y le necesitaba. Yo lo entendí pero ya que había poco tiempo... ¿a qué esperaba?. Yo, lanzada dónde las haya nunca he sido de paciencia ilimitada pero no estaba dispuesta a dejar de ser un "señorita de bien", así que la gran esperada cita terminó conmigo abandonada a la entrada de una boca de metro, y con él en su coche dirigiéndose hacía su desesperado amigo.

Perdida, confusa y decepcionada decidí no perder el tiempo y al llegar a mi parada baje del metro con las pilas cargadas charlando con un chico, que andaba igual o más perdido que yo, dirigiéndonos en la misma dirección e intercambiando teléfonos.

El día se zanjó con el "chico ocupado" disculpándose por el messenger y yo charlando con el "chico del metro" por teléfono. Así daba comienzo mi siguiente cita...

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