Las mil y una noches


Otra de mis grandiosas citas consintió en grandes promesas de amor eterno y futuros planeados a base de fechas de cumpleaños que, desde luego, nunca creí. 

Navegar por la Red siempre ha sido algo que me ha fascinado. Hablar con personas desconocidas que se encontraban al otro lado del continente me resultaba increíblemente irresistible. Mentiras disimuladas bajo iconos y palabrería barata que llenaba mi tiempo en casa.

Una de esas conexiones más duraderas fue la que establecí con un chico de Galicia, un año menor que yo, que tenía orígenes uruguayos. Desde un principio supe que no iba a tener un final de película, (ni lo esperaba), pero las expectativas aumentaban con el paso de los días. A la luz de la lámpara de mi cuarto charlábamos de todo, y conectamos no sólo técnicamente sino personalmente.

Por aquel entonces yo ya sabía dominar estas situaciones por mi largo historial en materia de "conversaciones internautas". Pero aquello se convertía en algo nuevo para mí, y me aventuré en dejarme guiar por el mundo de la fantasía.

Planeábamos viajes de su ciudad a la mía. Promesas destinadas a ser incumplidas que, sin embargo, resultaban realmente sinceras por aquel entonces. Él era un crío con grandes sueños y yo era una joven con grandes esperanzas. Podría escribir un libro de las noches en vela que pasamos. Gracias a la tecnología conseguimos hablar mientras observamos un cuadro en la pantalla, como una ventana diminuta que conectaba dos mundos distintos.

Nuestra "no-relación" pasado el tiempo quedó en el olvido. Yo no creía en las relaciones a distancia y muchísimo menos en las relaciones internautas, aunque, metafóricamente hablando, fue como hacer surf en el mar, ver la ola acercarse, arriesgarse y tomarla, disfrutando de la brisa refrescante que te proporciona el estar en la "cresta", pero cómo toda ola, fugaz y momentánea, llegamos a la orilla con la sensación de haber sido la mejor ola de nuestra vida.

Sin despedidas grandilocuentes, cada uno cogió su tabla y volvió al mar, en busca de nuevas olas. Pero, siguiendo con la metáfora, siempre recordaré la sensación de ser la 'dueña del mar' en ese momento y el tacto de la arena húmeda en mis pies, mientras cada uno elegía su nuevo destino.

Ahora sé con certeza que quizás fuera la no-relación más sincera que nunca tuve.

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